lunes, 30 de abril de 2012

30 de abril de 2012, centenario de la muerte de Silverio Lanza

Hoy, 30 de abril, hace 100 años justos, murió Juan Bautista Amorós, de familia de aristócratas y marinos ilustres, escritor que firmaba con el pseudónimo de Silverio Lanza. Tenía 56 años. Dicen que vivía retirado en Getafe, incomprendido, pero sobre todo desilusionado con una sociedad que había hecho todo lo posible (mucho nos tememos que hoy ocurre exactamente lo mismo) para defraudar a todo aquel que tuviera una pizca de inteligencia, unos gramos de pensamiento crítico… Cercano a la Generación del 98, ha pasado “oficialmente” a la historia de la literatura como un escritor menor, nos atrevemos a decir que como un perfecto desconocido para la mayoría de los lectores de base de la lengua castellana. Nosotros decimos que no es menos importante que otros, no sólo porque algunos de “ los más grandes de aquella estirpe de pensadores y escritores” –Pio Baroja, Azorín, Ramón Gómez de la Serna, hasta Juan Ramón Jiménez tuvo bellas palabras para elogiar su obra– lo dijeran, sino porque cuando hemos leído en nuestra soledad sus libros hemos descubierto la grandeza del autor, la gran altura literaria de sus relatos y el acertadísimo y fino discurso que de ahí se desprende sobre el mundo que le tocó vivir, sobre esa España decadente, caciquil, frustrante y que tanta desazón le produjo. Silverio Lanza fue un escritor que denunció, recurriendo a la ironía y al sarcasmo, la necedad, la hipocresía, el aborregamiento, los desmanes de políticos interesados y alejados de las gentes, a un Clero egoista "vendido" al poder,  nos hizo la crónica literaria del derrumbamiento de un país en declive y viciado; fue un hombre que no comulgaba con los preceptos de unos ni de otros, fue “investigador” al que no le tembló el pulso al escarbar con su finísimo bisturí en la carne de esa sociedad podre que le iba a negar siempre la felicidad. Repetimos, por lo tanto, que de escritor menor nada, sino todo lo contrario. Deberíamos actualizar –como ejercicio purificador de los inconformistas, de los que no se conforman con la “verdad” ni la “mentira” que otros quieren imponer– el término nihilista para comprender mejor a este autor que decidió retirarse a un pueblo feo, como era Getafe entonces.

Redescubierto por fin en las dos últimas décadas del siglo XX (y "olvidado" por lo más granado de nuestra "cultura" hoy, 30 de abril del año 12 del siglo XXI), el nombre de Silverio Lanza a algunos nos fue siendo familiar, rebuscamos en los polvorientos estantes de las librerías de viejo y rescatamos sus “cuentecitos”, sus novelas, su pensamiento, sus rarezas, su vida. Nos quedamos con su obra y con ese criterio tan especial y tan certero que él tenía sobre todo lo que le rodeaba. Y, por supuesto, ha habido quien lo ha seguido ignorando, porque el mundo, en la vasija de la mediocridad, sigue rodando igual con Silverio Lanza o sin Juan Bautista Amorós (“¿quién es ese para irrumpir de repente en nuestras obtusas existencias?”, se preguntarán, “como si no hubiera otros más importantes que él”). Tal vez hay quien se ha aprovechado utilizando su nombre para sacar algún beneficio personal o institucional (eso ocurre siempre con los vecinos ilustres, aunque ya estén muertos, moribundos o medio vivos), y hay quien se vanagloria de haberlo tenido como vecino, y hay a quien le importe un “pito” todo eso.

Silverio Lanza se murió en Getafe el día 30 de abril de 1912, hace justo un siglo. Es una fecha redonda, una fecha de celebración. A la hora de redactar este texto, a primera hora de este día  desapacible de primavera, no hemos tenido noticia de que se vaya a celebrar algo oficial que conmemore la efeméride en este pueblo donde murió “el raro” de Getafe. La verdad es que no nos importa mucho, y quizás maldita la falta que hace que se celebre el centenario de una muerte (la de él o la de cualquier otro), pero era necesario recordarlo desde nuestra posición de lectores, simples y anónimos lectores que queremos dedicar un rato de este día a imaginarnos la tristeza de ver pasar la carroza fúnebre, tal vez tirada por hermosos caballos negros tocados con penachos de flores negras que piafan incómodos en las pausas del recorrido, tal vez sabedores de que el ataúd que portan contiene el cuerpo muerto de un hombre de 56 años, hijo de una familia de aristócratas y marinos ilustres, autor, entre otros títulos, de “Ni en la vida ni en la muerte”, “Cuentecitos sin importancia”, “La rendición de Santiago”, “Mala cuna y mala fosa”, “Los gusanos”, “Artuña”...

Ahora que hace 100 años que la “palmó” no podemos ver su cortejo fúnebre (ya no hay cortejos fúnebres que recorran las calles; ahora nos llevan a un tanatorio, pulcro e higiénico para mejor lograr la despersonalización absoluta de los finados, desde nos despachan a nuestro infierno o a nuestro paraíso sin más contemplaciones), no podemos sentir las pisadas del séquito de enlutadas plañideras “oficiales”, amigos y enemigos chismorreando, empingorotados como pavos reales, todos en procesión camino del cementerio, con los mirones asomándose a sus puertas y ventanas, tan “píos” todos, tan diciendo todos “qué bueno era”.


Más sobre el centenario de la muerte de Silverio Lanza:
"Las muertes de Silverio Lanza", de Juan Manuel Alcalá Perálvarez. http://www.juanmalcala.es/



Nota.- Aquellos lectores que quieran leer a Lanza pueden acceder a su obra a través del periódico digital www.elbuzon.es, pinchando en el enlace de la Biblioteca Silverio Lanza.